sábado, 5 de octubre de 2013

Descubriendo el agua tibia

Ah!, la revolución energética!!!

En las etapas al campo, en el preuniversitario, en la beca de F y 3ra... en todos esos sitios en que vivíamos de manera obligatoria, era un sueño o un privilegio bañarse con agua caliente. Algún padre hacía aquel artilugio de las laticas de leche condensada para calentar el cubo, pero estaban tan perseguidas (al menos en el IPVCE de Pinar) que era preferible usar el agua fría, helada. En F y 3ra ni siquiera teníamos agua (vivía en el piso 12 y tenía que subir los cubos por la escalera), o bombillos con que alumbrarnos en la sala. En casa, el calentador de agua casero casi electrocuta a mi hermano al quedarse enganchado en el "catao". Desde ese episodio, nunca más osé encender aquella ducha. Ayyy!, ¡así que la revolución energética!!!

En uno de esos tantos discursos dirigidos a los estudiantes en el Aula Magna, Castro habla de la revolución energética que por el 2004 empieza a atormentar su envejecida capacidad de planificación y que, como se lee en este artículo de Diario de Cuba ha sido un descalabro, al cabo de una década.
En un fragmento de aquel discurso en el Aula Magna, Castro dialoga con los estudiantes en busca de, como diría con ironía, "la ciudadana ideal": esa que nunca cocinó con hornilla eléctrica hecha por merolicos, o usó calentadores de agua caseros, o ventiladores hechos con el motor de la Aurika. Esa ciudadana que en el colmo de su corrección no mandaría a "enrollar" ilegalmente el motor del refrigerador si se rompiese...
En otras palabras, la que se podía morir de frío, sed, calor, y hambre, porque precisamente creando artilugios de este tipo es que se podía mejorar un poco la calidad de vida en ese país a espaldas de la tecnología.

Este fragmento que copio es una joya de cinismo... Interroga a los estudiantes como si fuera un Sócrates desvergonzado que saca a la luz las miserias de un país tecnológicamente disfuncional (algo provocado por él mismo), que gracias a la inventiva callejera logra paliar la falta de electrodomésticos, piezas de repuesto, bombillas eficientes... Especialista en virar la tortilla, en hacer responsable y culpable al que no es...


"Yo estoy seguro de que puedo hacer una pregunta y ustedes la van a responder. Levanten la mano todos aquellos que no usan agua tibia en agosto para bañarse. Sí, pero con toda honradez. Cuidado, no se confundan.
-Bien, ¿tú nunca has usado agua tibia? (Una joven le dice que no.)
-¿Y en invierno? (Le dice que no.) Te felicito. Formas parte, aproximadamente, del 10% de la población.
-¿Tú sí, en invierno? (Un joven dice que sí.) Mira, ¡que tú eres un hombre serio! (Risas). Mira, que yo les he preguntado a otras personas, no así como aquí, a los estudiantes, a compañeras trabajadoras, y les he pedido que levanten la mano la que no la usaba.¿Saben qué día? El día de mi cumpleaños, 13 de agosto, a 10 de ellas les pregunté cuál no calentaba el agua para bañarse y de las 10 ninguna pudo levantar la mano. Eso es para bañarse, hay también para que el agua esté limpia, hay también por el niño, en verano. Un día de frío de esos, yo quiero ver cuál de ustedes se baña sin agua tibia (Risas).
¿Y ustedes saben lo que hacen los becados y lo que hacen con las laticas para calentar agua?¿Ustedes lo saben? (Exclamaciones.) ¡Ah!, ¿y por qué no averiguan cuánta electricidad gastan? Te lo puedo decir, te puedo decir que hay procedimientos para calentar el agua que significan un gasto de hasta cuarenta veces más energía, ¡cuarenta veces!

Díganme, honradamente, ¿ninguno de ustedes ha usado jamás en la casa el fluido eléctrico con una hornilla artesanal cuando se acabó el gas? No hablo de los que tienen el gas de la calle, ese es el más económico, ese no debe tocarse. De los que cocinan con gas líquido o queroseno, ¿ninguno de ustedes jamás usó una hornilla rústica para cocinar algo? Levanten la mano los que nunca la hayan usado.
A ver, ¿quién está aquí? Aquel que la levantó. Miren a ver, investiguen a aquel, caballero, quizás no veo muy bien, deja ver.

De verdad, levanten la mano quién no la ha usado. Una. Levántate, muchachita. Por favor, ven aquí. Sí, tú la que levantó la mano, tú misma, levántate. Ven, por favor. Fíjate, responde mi pregunta, ¿tú no estás diciendo nada que no sea verdad? (Le dice que no.) Tú nunca has usado eso. ¿Dónde tú vives?(Plantea que en un campo, en Santa María.)
-¿Hay electricidad? (Le dice que sí.)
Quería ver LA CIUDADANA IDEAL, la que nunca utilizó una olla eléctrica rústica.

Dime una cosa, ¿alguna vez sentiste calor allí? Dime otra cosa: tú tienes ventilador, porque allí seguramente hay mosquitos, ¿verdad? ¿Qué tipo de ventilador tú tienes? ¿Cuál es el motor de tu ventilador, Aurika? (Risas.) (Dice que no, que es un Sanyo de motor eléctrico eficiente).
Tú eres hija de agricultores, ¿verdad? (Expresa que sí.)
¿Pero tú no vendes nada en el mercado ese? (Risas). Es honrada, ella tiene un poquito más de recursos.
¿Tú no tienes ningún bombillo incandescente? (Dice que sí.)
¿Cuántos?¿De qué tamaño?¿De cuántos watts? (Manifiesta que tiene dos de 60 watts.)
¿Ves bien con ellos?(Dice que sí.)
¿Cuántas horas los mantienes encendido al día?(Expresa que unas cuantas horas.)
A diez y tanto, vamos a calcular seis horas. Doce y cuatro, 16 horas; por 60 son 960 watts.En vez de gastar 960 watts, vas a recibir 2 bombillos de luz fría que gastarán 7 watts cada uno trabajando 12 y 4 horas; 16 por 7 igual a 112 watts y más luz.
¿Tú quieres hacerle un regalito al país?¿Tú quieres? Estoy seguro de que sí. ¿Tú vives allí? Yo no le he querido preguntar, pero ya, resuelto el problema.Te voy a decir cuánto tú vas a darle al país muy pronto, desde mañana si quieres.
Enrique, envíales dos bombillos de 7 watts, si quieres de 15 o de 20, van a ver más que lo que ven con el incandescente y menos ladrones se van a acercar allí.El gasto de esos dos bombillitos de 7 watts, ya yo tengo la cuenta aquí sacada, es de 112 watts, que lo resto de los 960 que gastan hoy los incandescentes:960 menos 112 igual a 858 watts, multiplicado por 365 días al año, si no es bisiesto, son 313, 170 watts, dividido entre 1 000 son 313,17 kilowatts, multiplicado por 15 centavos, su costo de producción en divisas arroja 46 dólares 97 centavos.
Muchas gracias de antemano, tú le vas a regalar al país —espérate, no te vayas—, del pago que tiene que hacer ahora, puesto que tú le vas a regalar a Cuba 12,7 centavos cada día, en 100 días tú le vas a regalar 12,7 dólares, y este próximo año tú nos vas a regalar a todos nosotros 46,45 dólares, para comprar un poco más de frijoles o cualquier otra cosa —exacto, te voy a decir, y no es un impuesto, y vas a ver con más claridad—, nos vas a obsequiar a todos, con el simple cambio de dos bombillos, 46,45 dólares; no te vamos a cobrar nada ni a ti ni a otros por los dos bombillos, duran cinco veces más que los incandescentes y son más frescos, tendrás que usar menos el ventilador Sanyo que tú tienes.

¿De qué están hablando ustedes?¿De qué se están riendo? (Le muestran el techo del Aula Magna con gran número de pequeños bombillos incandescentes.)
¡Ah! No, yo estoy dispuesto a pagar algo para que los mantengan ahí, están muy bonitos. Eso no es un derroche, se trata de un decorado tradicional e histórico y, además, aquí no hay actos todos los días a todas horas, y, en cualquier caso, el culpable soy yo, porque ha estado encendida esta instalación todo el tiempo que he permanecido en esta tribuna.
Bien, muchísimas gracias.
(Se dirige a otra joven de Ciego de Avila)

Una pregunta: ¿Hay refrigerador en tu casa?(Le dice que está roto.)
¿Está roto?¿No le pusieron la junta ni el termostato?(Aclara que sí.)
¿Y por qué se volvió a romper?(Expresa que la máquina se quemó.)
Se quemó la máquina.¿Cuándo?(Aclara que hace un tiempo.)
¿Qué marca es? (Dice que es ruso.)
Ruso, Minsk, o fabricado con motores rusos, INPUD, de allá de Santa Clara y rota, el gasto tuyo sí que era mucho más que el de los bombillos esos.
No hay que conocer mucho para saber que el tuyo roto, Minsk, gasta muchísima electricidad. ¿No te acuerdas? Debe haber estado gastando alrededor de 300 watts por hora, tú sí que acababas con la república, porque ese solo refrigerador defectuoso debía gastar unos siete kilowatts diarios.Si en vez de ese tienes uno nuevo, que gasta menos de 40 watts por hora, tú podías estar —te voy a decir lo que estarías ahorrando, voy a tratar, voy a calcularle nada más que 200 watts por hora—gastando 4,8 kilowatts al día.Aprendan a multiplicar, porque ustedes van a tener que hacer eso (Saca cuentas).Ella, a 15 centavos el kilowatt, nos va a regalar 15 y 15, 30 y 30, unos 72 centavos diarios.Ella va a tener su refrigerador.Vamos a anotarla, Enrique. ¿No tienes ninguno ahora? (Plantea que lo están arreglando.)

¿De dónde vas a sacar la maquinita esa, dime?(Aclara que lo van a enrollar.)
Espérate, vamos a elevarle como el 30%, porque esos motores enrollados son un desastre.Enrique, ¿los enrollados cuánto gastan? Eso es lo que han hecho muchas personas, se les rompió el motor, no tenían otra solución, no se les puede culpar a ellas. (...)Antes de seis meses vas a tener un refrigerador que no gastará más de 40 watts por hora."

martes, 23 de noviembre de 2010

Para no olvidar



En ese discurso del 13 de marzo de 1963 en la escalinata de la Universidad de la Habana se dijeron cosas muy importantes; algunas que leídas hoy, provocan una risa dolorosa, como cuando Fidel dice que los pobres "del pasado" (de ese pasado que es el ahora mismo en Cuba) vivían añorando, en la otra vida, lo que no podían tener en esta. Dice el "imagintivo" Castro:

"Imagino cómo verá un pobre el cielo, y tal vez se imagine el cielo con un gran automóvil, vajillas de plata, un palacio y una pierna de cerdo o de res asada en la mesa de su casa".


Después enlaza esto con la censura a las prácticas de "sectas religiosas" que propagan ideas "contrarrevolucionarias", auspiciadas por el imperialismo. Lo espeluznante -y previsible- es la reacción que esta frase fulminante provoca en los estudiantes universitarios: los taquígrafos del Consejo de Estado colocan las exclamaciones entre paréntesis: "¡Paredón, paredón"!

Y, bajo pretexto de la religión, decir: “no uses armas, no te defiendas, no seas miliciano”; o cuando hay que hacer una recogida de algodón, o de café, o de caña, o un trabajo especial, y las masas se movilizan un domingo, o un sábado, o cualquier día, entonces llegan ellos y dicen: “no trabajes el séptimo día”. Y entonces empiezan bajo el pretexto religioso a predicar contra el trabajo voluntario.

Pero, además, predican que la bandera no debe jurarse, y les dicen a los padres: “no mandes a los niños a las escuelas el viernes para que no juren la bandera”. ¿Y es que nuestra patria —patria que ha tenido que luchar tanto por su independencia y por su bandera, patria que ha dejado tantos héroes en el camino, patria que por su destino ha dado la vida de tantos jóvenes, de tantos trabajadores, de tantos campesinos, de tantos hombres y mujeres dignos— puede tolerar que nadie predique esa irreverencia contra la patria, esa irreverencia contra la bandera? (EXCLAMACIONES DE: “¡Paredón, paredón!”) [...] ¿Es que una patria, una patria que necesita producir para vencer las enormes dificultades que nos trae el bloqueo económico de la más poderosa y reaccionaria nación de la Tierra; es que la patria que tiene que trabajar para hacer su futuro, puede permitir que se prediquen esas supercherías contra el trabajo? [...] Difícil es que vengan a esta universidad a predicar idioteces, porque no encontrarán caldo de cultivo favorable...
Y son tres, principalmente, esas sectas, los principales instrumentos hoy del imperialismo, y son: los testigos de Jehová (ABUCHEOS), el bando evangélico de Gedeón (ABUCHEOS) y la Iglesia Pentecostal (ABUCHEOS).


Después de este repudio ferviente, Castro apela a la retórica del pasado -ese sitio donde se acumula toda la "basura" que se necesita expulsar (En Cuba se reescribe el "tópico" literario: todo pasado fue peor; la memoria del pueblo es forzada a reorganizarse y construir ese pasado de ignominia. En el futuro y en la sabiduría no habrá este tipo de religiones que obstaculicen la práctica del dogma fidelista (ningún profeta con quien competir) Y el colmo del cinismo llega inmediatamente cuando afirma: Es curioso, y es una prueba de la tolerancia de la Revolución, una prueba extraordinaria de la tolerancia de la Revolución, que este último grupo tiene en la provincia de Las Villas, cerca del pueblo de Santo Domingo, una escuela llamada Instituto Bíblico Pentecostal, donde preparan sus cuadros, y que lo dirige un norteamericano; un yanki es el director de esa escuela (EXCLAMACIONES Y ABUCHEOS). ¡Hasta dónde llega la tolerancia de la Revolución, hasta dónde llega!
Después de abrir la boca para afirmar cuán tolerante es, introduce la malévola pregunta retórica: ¿Es que tiene nuestra patria la obligación de permitir eso? El pueblo, será quien grite a voz en cuello: ¡NOOOOOO!, ¡Fuera!

Para redondear la condena a tales "sectas", concluye refiriéndose a la educación, esa eficaz arma de combate que aniquila al diferente: "Porque si bien es verdad que no todos los seres humanos son de la misma condición, del mismo temperamento, y del mismo carácter, la educación tiene una influencia decisiva, y es la educación lo único capaz de desarrollar las inclinaciones positivas del ser humano y de combatir desde muy temprano sus inclinaciones negativas [...] Hay que centrar la atención en la formación de los maestros y de los profesores, porque serán los soldados de la vanguardia en la lucha contra la ignorancia y contra el pasado".
Cierra con maestría el bucle retórico: las sectas pertenecen al pasado que será reeducado. La frontera entre el mal y el bien ya está nítidamente trazada. Y a buen entendedor, con pocas palabras basta.
Pero este discurso va más allá: hay otros males del pasado, otros vicios de la sociedad capitalista.
1: "el delincuente antisocial, el ladrón, el ratero".

Al respecto impresiona leer lo que el "padre benefactor" (ese que supuestamente cree en el hombre) aconseja, burlándose de las leyes vigentes que llama "leyes anacrónicas", demasiado suaves, filantrópicas: mano dura, durísima; esto es, "pena capital". Como un señor medieval que dispone de la vida y la muerte de sus súbditos con total impunidad, así desea dirigir la comunidad premoderna que recién está fundándose.
En esta frase se sintetiza esa obsesión médico-patológica que homologa el comunismo al fascismo: la limpieza higienista de la sociedad llevada al límite de convertir en realidad lo que en las sociedades europeas, desde la modernidad, no pasaba de ser una metáfora: en este caso, los "miembros" del cuerpo social no están enfermos-pues de lo contrario podrían ser "curados" con medidas adecuadas; sino que son en sí mismos la enfermedad que hay que erradicar:

Hubo, incluso, algún compañero que creyó que a través de métodos absolutamente filantrópicos iba a combatir ese mal social, esa lacra, y que con un buen consejo podría volver a la vida ordenada y a la convivencia social a un delincuente; esas son ilusiones. Resultado: la necesidad de tomar medidas severas. En primer lugar exclusión de fianza (APLAUSOS); pero eso no es suficiente, quien roba en un domicilio donde se encuentra una familia, es decir que robe con el peligro para la familia de ser víctima de la agresión física, es decir robo con violencia en el domicilio y en las personas, pena capital (APLAUSOS PROLONGADOS). Quien robe haciéndose pasar por un agente de la autoridad, pena capital (APLAUSOS); y quien robe empleando menores de edad, con tanta más razón pena capital (APLAUSOS y EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel, paredón para el ladrón!”) [...] No podemos dejar de tomar medidas drásticas, porque de otra manera quedaría la sociedad expuesta al libre albedrío de estos elementos antisociales.
Y hay que combatirlo como se combate una enfermedad, como se combate una plaga, como se combate una epidemia.

Pero otros "focos infecciosos" serán mencionados en ese discurso:

Claro, por ahí anda un espécimen, otro subproducto que nosotros debemos de combatir. Es ese joven que tiene 16, 17, 15 años, y ni estudia, ni trabaja; entonces, andan de lumpen, en esquinas, en bares, van a algunos teatros, y se toman algunas libertades y realizan algunos libertinajes. Un joven que ni trabaje, ni estudie, ¿qué piensa de la vida? ¿Piensa vivir de parásito? ¿Piensa vivir de vago? ¿Piensa vivir de los demás? [...] Son contrarrevolucionarios, y lo que son unos... Bueno, lo que son todos los contrarrevolucionarios (EXCLAMACIONES Y APLAUSOS). Porque son unos descarados, tan descarados como todos los contrarrevolucionarios.


¿Qué palabra no llegó a decirse; qué palabra se censuró Castro?
Lo que son unos...
Después se aclararía más o menos el insulto que no llegó a pronunciarse. Prosigue el Epidemiólogo:

DEL PUBLICO LE DICEN: “¡Los flojos de pierna, Fidel!”, “¡los homosexuales!”)

¡Un momento! Es que ustedes no me han dejado completar la idea (RISAS y APLAUSOS). Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos (RISAS); algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre.

Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones (APLAUSOS). La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones.

¿Jovencitos aspirantes a eso? ¡No! “Arbol que creció torcido...”, ya el remedio no es tan fácil. No voy a decir que vayamos a aplicar medidas drásticas contra esos árboles torcidos, pero jovencitos aspirantes, ¡no!


Poco después se abrirán los campos de concentración para endurecer esos troncos torcidos, pero ya Castro rumia en este discurso las ventajas que sacará del margen. Necesita brazos para la agricultura, y qué mejores brazos que los de los parias, una vez reafirmados como tales, emparentados perversamente para crear una masa compacta marginal: en aquellos campos se reunirán justo los testigos de Jehová, los homosexuales y otros (bajo el rótulo ambiguo de "conducta impropia"). Con esa justificación de base también creará las escuelas al campo, para que los jóvenes se "fortalezcan". ¡Muchas manos para alimentar al país: ¡y que vengan después a decirnos que hemos tenido una educación gratuita!

Pero todos son parientes: el lumpencito, el vago, el elvispresliano, el “pitusa” (RISAS).

¿Y qué opinan ustedes, compañeros y compañeras? ¿Qué opina nuestra juventud fuerte, entusiasta, enérgica, optimista, que lucha por un porvenir, dispuesta a trabajar por ese porvenir y a morir por ese porvenir? ¿Qué opina de todas esas lacras? (EXCLAMACIONES.) Entonces, consideramos que nuestra agricultura necesita brazos (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”); y que esa gusanera lumpeniana, y la otra gusanera, no confundan La Habana con Miami.


La suerte estaba echada. Pronto empezarían las tijeras a cortar melenas y "pitusas"; purgas en la Universidad, y los suicidios...

sábado, 13 de noviembre de 2010

"Te lo prometió José Antonio Saco y Fidel te lo cumplió"

(Fragmento de Memoria sobre la vagancia de José A. Saco, 1830.)
Las obsesiones de la intelectualidad criolla colonial de implantar un "sistema de espionaje" que controlara a los individuos y que elevara la productividad de la nación fue, al cabo de 130 años, implantado en Cuba. Los vagos, ahora investidos con la categoría política de "lumpen", o, la más aplatanada de "gusanos" vivieron la pesadilla del biopoder revolucionario, instalado a imagen de aquel que propugnara Saco en el marco del "Despotismo Ilustrado".
Martí, más democrático y conciliador, nunca hubiese apostado por una república que cercara hasta prácticamente echar al mar, a sus ciudadanos. Por eso enmendé el verso de Guillén...

Conocidos que sean los vagos de esta especie, la autoridad los compelerá
a que tomen alguna ocupación; y para que no se diga, que atropella la libertad individual, dejará a su elección la qFragmento de Memoria sobre la vagancia de José A. Saco, 1830.)
Las obsesiones de la intelectualidad criolla colonial de implantar un "sistema de espionaje" que controlara a los individuos y que elevara la productividad de la nación fue, al cabo de 130 años, implantado en Cuba. Los vagos, ahora investidos con la categoría política de "lumpen", o, la más aplatanada de "gusanos" vivieron la pesadilla del biopoder revolucionario, instalado a imagen de aquel que propugnara Saco en el marco del "Despotismo Ilustrado".
Martí, más democrático y conciliador, nunca hubiese apostado por una república que cercara hasta prácticamente echar al mar, a sus ciudadanos. Por eso enmendé el verso de Guillén...

ue más les convenga, prefijándoles un término perentorio, dentro del cual deberán abrazarla.
Si voluntariamente no lo hicieren, entonces ella procederá, ya entregando unos a los artesanos para que les enseñen oficios, ya empleando otros en la marina mercante, ya, en fin, destinándolos a otras ocupaciones provechosas. Si tampoco quisieren abrazarlas, se les dará un corto plazo, para que salgan de la Isla, pues no teniendo ya la patria que esperar de ellos ningún bien, y sí mucho mal, debe arrojarlos de su seno como miembros corrompidos. Pero si todavía persistieren en ella, la autoridad, o los lanzará de nuestro suelo, o los condenará a trabajar en beneficio público, pues aun suponiendo que en este último caso no se saque de ellos ningún provecho, la sociedad a lo menos se librará de los delitos que han de cometer.

No es difícil averiguar quiénes son los vagos que existen entre nosotros, pues para esto basta tomar algunas medidas enérgicas confiando su cumplimiento a hombres íntegros, activos y dignos de la pública confianza.

Ellos podrían formar una junta, que especialmente se encargue del descubrimiento de los vagos; y para lograrlo, convendría dividir todas las poblaciones en cuarteles, poniendo cada uno de éstos al cuidado de uno de aquellos individuos para que hagan un censo en que se inscriba el nombre, patria, edad, estado, profesión, bienes, calle y número de la casa de cada uno de sus habitantes, exigiendo, además, que los que digan que ejercen algún oficio o profesión fuera de la casa en que se hallan al tiempo de formar el censo, designen el edificio o paraje donde trabajan. Para facilitar estas operaciones y disminuir las cargas, repartiéndolas entre mayor número de individuos, podrían hacerse subdivisiones de los barrios grandes que existen en algunas villas y ciudades.

Mándese también, bajo una multa, que todo dueño o inquilino de casa dé al individuo encargado del cuartel respectivo, aviso por escrito, a más tardar dentro de dos días, de cualquiera persona que se mudare a ella o de ella, para que pudiendo tomarse los informes necesarios, se sepa quiénes son los que viven en cada barrio. Un examen de esta naturaleza solamente podrá ser temible a los pícaros, porque el hombre de bien, no teniendo nada que le intimide, mirará cifradas en él su conservación y seguridad.
Estas medidas deberán extenderse también a los campos, encargando su cumplimiento, a los hombres que por su probidad y energía inspiren al público confianza.

Pero si nuestros esfuerzos se encaminan a exterminar la vagancia, no basta saber quiénes son los vagos, ni que sólo nos empeñemos en reformarlos o castigarlos: es menester, además, impedir que otros caigan en ella, y tanto bien no puede lograrse sin remover las causas que existen con mengua y deshonra nuestra.

lunes, 4 de octubre de 2010

"Sin patria pero sin amo"

(Foto: OLPL)
Esos primerísimos días de enero del 59 en los que Fidel Castro grita a los cuatro vientos el nuevo proyecto de gobierno (y nación) que se impondría, siempre comparándolo con ese presente dictatorial que acababa de derrocarse, son muy útiles para entender el porqué de tanta adhesión, de tanto compromiso masificado.
Este botón de muestra sacado del discurso del 4 de enero de 1959 en Camagüey estremece por su vigencia. En efecto, a finales de los 50' los cubanos no tenían "patria"; al concluir la primera década del nuevo siglo muchos siguen construyendo una patria en el exilio y los que se han quedado en casa, viven de la patria exiliada. De todo el fragmento de una espeluznante actualidad me quedo con la última parte: De Cuba, desgraciadamente, "no se van todos los que quieren, sino los pocos que pueden".


Yo estoy seguro de que los cubanos no se conforman simplemente con ser libres en su patria. Yo estoy seguro de que los cubanos quieren además disfrutar de su patria. Yo estoy seguro de que quieren también participar del pan y la riqueza que se producen en su patria.
¿Cómo vamos a decir: “esta es nuestra patria”, si de la patria no tenemos nada? “Mi patria”, pero mi patria no me da nada, mi patria no me sostiene, en mi patria me muero de hambre. ¡Eso no es patria! Será patria para unos cuantos, pero no será patria para el pueblo (APLAUSOS). Patria no solo quiere decir un lugar donde uno pueda gritar, hablar y caminar sin que lo maten; patria es un lugar donde se puede vivir, patria es un lugar donde se puede trabajar y ganar el sustento honradamente y, además, ganar lo que es justo que se gane por su trabajo (APLAUSOS). Patria es el lugar donde no se explota al ciudadano, porque si explotan al ciudadano, si le quitan lo que le pertenece, si le roban lo que tiene, no es patria.
Precisamente la tragedia de nuestro pueblo ha sido no tener patria. Y la mejor prueba, la mejor prueba de que no tenemos patria es que decenas de miles y miles de hijos de esta tierra se van de Cuba para otro país, para poder vivir, pero no tienen patria. Y no se van todos los que quieren, sino los pocos que pueden.

(DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, EN LA PLAZA DE LA CIUDAD DE CAMAGÜEY, EL 4 DE ENERO DE 1959.)

viernes, 10 de septiembre de 2010

Luces y sombras

LUCES Y SOMBRAS

El sol de Cuba, esa estrella que ilumina y mata, que agobia y abraza, ha lanzado sus dardos como dios heleno, cada vez que los endurecidos párpados han debido esperar jornadas enteras de arengas, discursos y letanías bajo el sol insular. Pero la luz proyecta insospechadas sombras. En el juego de posiciones y poderes, quien se sitúa de frente al sol −¿como Martí?− o de espaldas varía en rango, al menos simbólico. Como divertimento, quiero jugar con estas luces y sombras.

1.
El día 4 de enero del 59’, al comienzo del segundo discurso que Castro daría en su periplo hacia la Habana (en Camagüey), el orador declara sentirse abrumado ante tanto pueblo reunido, y por ello mismo lamenta tener que contemplar, a causa del sol que lo encandila, una masa sombreada. Quisiera ver las caras de los que lo observan con admiración, los gestos de euforia y aspaviento. Pero la luz no lo deja y dirige su discurso a un destinatario grupal que no logra distinguir: “Yo quisiera ver al pueblo, y la luz no me permite ver”, afirma. Eso sí, sacrifica su visibilidad en función de la imagen que de él, artífice histórico, puede ser capturada; una imagen lo suficientemente iluminada como para que recorra el mundo en las noticias: “A pesar de todo, brindémosles a los periodistas todas las facilidades, porque para eso hay libertad de prensa en nuestra patria (APLAUSOS); que ellos tomen sus películas…”
La luz al servicio de las finas películas de celuloide.

Desde entonces, el pueblo seguiría posando como una masa oscura al final de la foto (a pesar de que ese mismo pueblo tendría que derretirse al sol en las largas jornadas de trabajo o donar sus domingos a labores voluntarias −“domingos rojos” en los que yo me levantaba a ver el cielo, pensando que sería de ese color). El encandilado líder no vería jamás la realidad ante sus ojos; de regreso a la sombra de su despacho solo podía ver la utópica redondez de sus ideas −crecí escuchando aquella famosa frase de que las cosas pasaban porque Fidel no se enteraba de nada; porque tenía un estratégico parabán −funcionarios tamizadores de la luz− que le ocultaba la verdad. Poco después, la proclamada libertad de prensa también quedaría relegada a la sombra de la impostura, mientras la luz serviría solo para mostrar las breves −y autorizadas− instantáneas de gloria.

(Casi 50 años de aquel discurso, un amigo camarógrafo me comentó que, a pesar del ventajoso salario de los operadores de la “Mesa Redonda” cuando comenzó a emitirse, y de la simplicidad infantil de las tomas, muchos rehusaban este trabajo por el peligro siempre latente de enfocar, un día, lo que debía permanecer en la sombra: cualquier discusión inoportuna, cualquier desliz imprevisto o secreción inadecuada colgando de una boca envejecida… Para este tipo de imprevistos, o para espetarle a los disidentes, a los críticos o a los turistas de oscuras gafas siempre ha estado a mano la frase de Martí: “El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”)

Con la vejez, el azote del sol insular se convertirá en pretexto para concluir las arengas cada vez más pronto, como atajos necesarios para el cuerpo cansado. En el último de sus discursos −como Presidente−, el 26 de julio de 2006, explicaba: “No quiero extenderme, aunque podría hablar hoy de muchas cosas. Vean lo que yo escribí −y como poeta iluminado, recita: “El Sol se levanta minuto a minuto y sus rayos pueden hacerse insoportables”. Después se refugiaría en la sombra de la enfermedad y la lenta recuperación, en la sombra verbal, y en la sombra del Poder, mientras cedía la luz, aparentemente, a su hermano que llevaba años diciendo: ¡La luz, bróder, la luz!


Sin embargo, a pesar de que le otorgasen el mando, en el aniversario 56 del Moncada (celebrado en Holguín, 2009), Raúl se autoproclamaba una sombra; esa que vieron los que estaban allí reunidos, una sombra que hablaba y gesticulaba como si fuera el Presidente. En un acto fallido, o en inocente comentario de novato triunfador, o en perversa burla que avivaba los dobles sentidos, a la vez que advertía de su destino perennemente ensombrecido, Don Segundo Sombra afirmaba: “Pudiéramos empezar haciendo una pregunta por pura curiosidad personal […] a qué comprovinciano se le ocurrió ponernos el sol, aquí detrás, que a mí no me molesta, pero estoy seguro de que ninguno de ustedes me puede ver; verán, si acaso, una sombra: ese soy yo.”

Como una parábola, el sol insular es un azogue en el que se reflejan o proyectan las imágenes. Aquella primera vez el sol oscurecía la masa en éxtasis: Fidel debía ignorar al pueblo mientras hablaba -tal y como lo hizo periódicamente en aquellas infinitas jornadas de verbo inflado con martirio. Pero que el orador se encandile no le resta efectividad ni potencia al acto. Todo lo contrario, le permite el ensimismamiento… Lo importante es que lo miren a Él, y mejor aún si el sol se colocara como un halo detrás de la figura. (Si lo hubiese podido mover como parte del atrezzo, seguramente lo hubiera colocado allí.)
Otra cosa es que el orador, como Raúl, sea quien desaparezca de la mirada común de los que se congregan para idolatrar al César: se rompe el círculo de la adoración cuando sucede el eclipse.

Y ahora que, llevada de la mano por el juego de ilusiones ópticas o por el resplandor del verano, creía que el pueblo comenzaría a estar alumbrado, mientras sus conductores permanecerían en la sombra, vuelve a salir el ‘iluminado’ para advertir al travieso mundo −que en su ausencia ha seguido jugando con bombas− que el que juega con fuego se quema, y como si fuera poco, descubrir que el modelo cubano ya no funciona ni en Cuba −ese que hace más de 30 años los propios cubanos ya saben que hay que darle golpes, como a un muñeco de cuerda para que siga andando.

El pueblo hace rato que ya no quiere morir de cara sol.

martes, 31 de agosto de 2010


El 4 de enero de 1959 Castro hablaba sobre la libertad de prensa y la libertad de reunión y elección. Subrayo un fragmento que cae horizontalmente como la famosa saliva encima de la cara: "solo cuando los gobernantes se han granjeado la enemistad de su pueblo, pueden concebir la estupidez, la injusticia, de negarles a los ciudadanos el derecho a reunirse"
Es para nosotros y para ustedes, un motivo de orgullo —a pesar de los pequeños inconvenientes— tener delante un camión lleno de periodistas cubanos y extranjeros. Bien merecen los periodistas la oportunidad de trabajar; el periodista trabaja para el pueblo, el periodista informa al pueblo. El pueblo solo necesita que le informen los hechos, las conclusiones las saca él, porque para eso es lo suficientemente inteligente nuestro pueblo cubano. Por algo las dictaduras no quieren libertad de prensa, por algo nos tuvieron censurados y amordazados durante tantos meses (EXCLAMACIONES). Durante tantos meses seguidos, que sumados —como bien dicen ustedes— eran años.
Pero, además, cuando no había censura no podía decirse, sin embargo, que había libertad de prensa. [...] Libertad de prensa hay ahora, porque sabe todo el mundo que mientras quede un revolucionario en pie habrá libertad de prensa en Cuba (APLAUSOS). Quien dice libertad de prensa, dice libertad de reunión; quien dice libertad de reunión, dice libertad de elegir sus propios gobernantes libremente (APLAUSOS). Cuando se habla del derecho de elegir libremente, no se refiere solo al presidente o a los demás funcionarios, sino también a los dirigentes; el derecho de los trabajadores a elegir sus propios dirigentes (APLAUSOS). Cuando se habla de un derecho después de la Revolución triunfante, se habla de todos los derechos; derechos que son derechos porque no se pueden arrebatar, porque el pueblo los tiene asegurados de antemano.
Cuando un gobernante actúa honradamente, cuando un gobernante está inspirado en buenas intenciones, no tiene por qué temer a ninguna libertad (APLAUSOS). Si un gobierno no roba, si un gobierno no asesina, si un gobierno no traiciona a su pueblo, no tiene por qué temer a la libertad de prensa, por ejemplo (APLAUSOS), porque nadie podrá llamarlo ladrón, porque nadie podrá llamarlo asesino, porque nadie podrá llamarlo traidor. Cuando se roba, cuando se mata, cuando se asesina, entonces el gobernante tiene mucho interés en que no se le diga la verdad. Cuando un gobierno es bueno, no tiene por qué temer a la libertad de reunión, porque los pueblos no se reúnen para combatirlo, sino para apoyarlo. Quienes, como nosotros, tienen hoy el privilegio de ver a la masa del pueblo reunirse para brindarnos su respaldo, pueden comprender perfectamente, que solo cuando los gobernantes se han granjeado la enemistad de su pueblo, pueden concebir la estupidez, la injusticia, de negarles a los ciudadanos el derecho a reunirse (APLAUSOS).
Cuando un gobierno ha sido incapaz e inmoral, entonces es solamente cuando se le ocurre negarles a los ciudadanos el derecho de votar, porque, si es bueno, la ciudadanía le brinda su respaldo; si es malo, se lo niega.

jueves, 12 de agosto de 2010

Prosperidad y bondad: la otra cara del iluminismo martiano


(Foto de Marcelo Dondo)


Haber estudiado en Cuba, en ese mundo de relativas certezas que nos construyeron durante la década del 80’ y haber cursado posteriormente una carrera en la Universidad de La Habana abre, de antemano, muchas puertas. La fama de los egresados universitarios cubanos es reconocida, ensalzada en cualquier parte del mundo y no es inmerecida. La intensidad con que estudiábamos en aquellos años de preuniversitario (de Ciencias Exactas), podría parecer, a mis actuales colegas españoles, un exceso derivado de una mente mitomaniaca −en este caso la mía−, y prefiero callarlo. Mucho más, prefiero silenciar el estoicismo con el que se estudiaba; la delgadez de aquel tiempo en el que la falda del uniforme se iba reduciendo paulatinamente con antiestéticas pinzas mientras mi cintura se desvanecía...Los años de aquel invento seguramente inefectivo del arroz amarillo con "suerte", coloreado con pastillas de vitamina B. (Ignoro si el complejo vitamínico se mezclaría desde el mismo proceso de cocción, lo que seguramente anularía las propiedades del aditivo, o si era añadido al final a modo de salsa, no precisamente criolla).

En esos años, la empresa farmacéutica cubana empezó a elaborar el "multivit", y como mi hermano yacía en cama, desde hacía unos meses, por un intenso asedio de algo que llamaban “neuritis” o “beriberi” (¿o acaso se supo con certeza de qué se trataba?) yo lo ingería con disciplina o devoción. Las vitaminas garantizarían que mis neuronas siguiesen funcionando, y por ende, lograr un alto rendimiento en el IPVCE (Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas), y mi posterior acceso a la universidad. La utopía desarrollista − a imagen de la cosmonáutica− de renunciar a los alimentos sustituyéndolos por cápsulas, se estaba cumpliendo. Pero el hambre podía más que el hombre y los preparados de agua con azúcar eran un remedio eficaz en tales casos.

También, y todo hay que decirlo, siempre tuvimos para desayunar aunque fuese un cuarto de pan, de los redonditos ya pequeños, que a veces picaban frente a nosotros para que viésemos que la partición era justa, y al que llegamos a llamar el “pan martiano”: “con todos y para el bien de todos”. Y en los almuerzos, el caldo de col, las croquetas elaboradas con un solo cerdo ¿macrobiótico? que se repartía equitativamente para miles de estudiantes de las cuatro unidades que formaban la escuela; y en la cena, otro tanto. Como si viviésemos del aire.

En cambio, sobrevivíamos expandiendo nuestra intensidad vital hasta límites insospechados. No renunciamos a las marchas, los desfiles, los bailes, el trabajo en el campo y el estudio. Resistíamos y le pedíamos al cuerpo que aguantara redoblados sacrificios: que no se nos desmayara, que no se nos “rajara”, que secundara nuestras cabezas enfebrecidas de proyectos y metas. El año 2000 era nuestro, y construiríamos una sociedad mejor y más preparada. Sin dudas.

La consunción era el ideal quijotesco de la izquierda revolucionaria, del intelectual soñador, de la vanguardia, de la bohemia transgresora. La panza distinguía la burguesía acaparadora y pedestre de la refinada aristocracia; era, desde la época del texto cervantino, el símbolo de la bajeza y la ignorancia. Como le dice el hidalgo a su escudero: “Yo, Sancho, nací para vivir muriendo y tú para morir comiendo.” Vivir muriendo, morir viviendo, un retruécano demasiado conocido por los cubanos y cantado como himno de guerra.
La revolución usufructuó, a fuerza de los rigores en la alimentación, esta semiótica bien codificada. En aquellos años, la panza podía ser la huella de un desvío de recursos, de un enriquecimiento ilícito. Hoy es la marca corporal de los malos hábitos alimenticios, del regreso del pan, y la salsa abundante, mientras la Europa anoréxica presume de sus alimentos desgrasados.

Recuerdo que, en cierta ocasión, nos habían prometido que el cerdo del semestre le sería dado al grupo más destacado de la escuela para que sus integrantes hicieran una fiesta e invitaran a sus familiares. Prometer eso en 1993 era como anunciar un día en el paraíso con pasaje de ida y vuelta. El grupo elegido fue el nuestro, después de haber sobrecumplido todas las metas de la competición. Y los días anteriores a la fiesta, cancelaron las invitaciones de las familias −porque sólo los padres de la ciudad tendrían el privilegio de asistir y eso creaba diferencias− y poco a poco nos fueron dorando la píldora hasta que del cerdo apenas vimos las croquetas. Ante nuestras protestas, el director dijo aquellas palabras que nos hundieron en la vergüenza: “¡discutiendo por un plato de empellas!”, y acotó: "Como diría el Maestro: El verdadero revolucionario no vive para comer, sino que come para vivir.”

Juro que aquella frase la repetí muchas veces como talismán contra la gula. Y la busqué por la obra martiana sin encontrarla, hasta que un día la hallé en El avaro de Molière, con una erudita nota al pie que decía que era un conocido refrán latino: “ede ut vivas, ne vivas ut edas”. En la obra, uno de los personajes, Valerio, le da lecciones al cocinero de Harpagón sobre cómo hacer una cena con poco dinero: “Habrá que dar cosas de las que se come poco y hartan al empezar... Unos buenos frijoles, algún pastel acompañado de castañas.” Método infalible: ¡un plato de frijoles negros!

CULTURA Y LIBERTAD

En cambio, la frase martiana que sí se podía leer en toda aula cubana era aquella que prescribía la finalidad que debía tener la cultura: la libertad. Ser cultos para ser libres. Cultura y libertad son términos tan inscritos en determinados repertorios contextuales que el apotegma martiano, anclado en una ahistoricidad eterna, apenas significa nada. Son dos de los conceptos más productivos heredados de las tecnologías de control de la Modernidad que, establecidos como absoluto, han escondido la ideología tras la que tales signos se hacen operativos. La creencia iluminista suponía un libre albedrío anclado en el saber, aunque hoy sabemos que justamente el “saber” es el dominio en el que se nos instituye como sujetos predeterminados, y el libre albedrío ha dejado de ser, hace mucho, una posibilidad tangible.

En cualquier caso, y siguiendo a Foucault, la cultura es un espacio de intervención y resistencia −donde se ejerce la microfísica del poder−, justamente porque es el entramado donde se construyen los sistemas de identificación social. La libertad es más bien ese, aunque sea mínimo, momento de resistencia, de tensión permanente que nos hace constantemente movernos, como sujetos, logrando postergar la aspiración absoluta, pero siempre inalcanzable del poder: la inmovilidad. Y moviéndonos, cancelamos la definición perfecta.

La resistencia −y la libertad− en el actual momento que vivimos pasa, en sentido estricto o primario, por la resistencia del cuerpo. No hablo de la resistencia oficializada, aquella que se pide a cambio de hundimientos y holocaustos masivos, sino la resistencia cotidiana, la única que garantiza un mínimo de libertad, y que incluye, como estrategias, el cambalache, el mercado negro, la improvisación, el timo. La búsqueda de alternativas para encontrar modos de subsistencia y felicidad paralelas o compensatorias. Resistir y resolver. Resolver para seguir resistiendo. (Visto así, la cultura entendida como erudición no garantiza, en el terreno patrio, libertad alguna. Otro tipo de cultura se impone para logar la sobrevivencia: la de la “lucha”.)

En el artículo “Maestros ambulantes” de donde se extrajo el precepto martiano, también se repudiaba la idea de un telos humano dirigido hacia la satisfacción de las apetencias del cuerpo: el ya comentado “vivir para comer”: “La mayor parte de los hombres ha pasado dormida sobre la tierra. Comieron y bebieron; pero no supieron de sí. (…) Los hombres son todavía máquinas de comer, y relicarios de preocupaciones”. En efecto, si invertimos la frase, podríamos decir algo así como: cuando un relicario de preocupaciones −entre ellas, y de manera fundamental, la carencia alimenticia− atormenta al hombre, éste se vuelve una “máquina de comer”.
La obsesión por la falta de comida era la que nos hacía estar hablando todo el día de alimentos imposibles y suspirar a coro en el cine frente a una escena suculenta. En Paradiso, el alimento nos conduce a una hilatura descomunal que apenas soñamos frente a la proliferación apetitosa de ingredientes y platos que se mezclan en la “gossá familia”, esa orgía metafísica en la que se resumen todos los gozos. Nuestra mesa, reducida y deslucida, ha dejado de suponer el goce que promete una duración, un detenimiento en la catadura de combinatorias insospechadas: nuevas especies, nuevas texturas o ritmos de deglución y, lo que es más lamentable, ha dejado de religar como la más pura de las religiones: ya no impulsa la conversación hacia ese estado de luz en el que el diálogo invade el oído como el crustáceo la boca. Decía el Coronel Cemí en torno a la mesa servida: “El placer, que es para mí un momento en la claridad, presupone el diálogo. (…) Si no es por el diálogo nos invade la sensación de la fragmentaria vulgaridad de las cosas que comemos” (35)

Con angustia, reconozco en Paradiso el espejismo que contrarrestaba la propia "pobreza irradiante" lezamiana, el hambre real del escritor, como recordaba Reynaldo González en el programa de Amaury Pérez “Con dos que se quieran”. Según González, cuando cogía el trozo de carne que le correspondía, iba a casa de Lezama y lo sacrificaba en pos de alimentar no precisamente el “espíritu” del maestro.


BONDAD Y PROSPERIDAD

Conviene, sin embargo, que regresemos a la frase martiana que conjugaba cultura y libertad para comentar una gravísima falta por omisión. La frase, en realidad, es una especie de silogismo con tres proposiciones indispensables que se concatenan: “Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”. O lo que es lo mismo, la prosperidad sería la base de ese edificio ético en el que, luego de alcanzado el bienestar, se podría ser bueno (y por ende, dichoso) y culto (y por ende, libre). “Y el único camino − continúa diciendo Martí−, abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la naturaleza”. Cierra la idea, y devuelve el protagonismo al conocimiento, en este caso, aplicado: se asocia la cultura a su sentido etimológico: cultivar, hacer fecundar la prosperidad a través del trabajo y del usufructo eficaz de los bienes que poseemos. Esto nos haría ser prósperos y otra vez, libres y buenos. (A su vez, Martí no propugna que el campesino abandone el surco para hacerse letrado; que los campos se llenen de marabú mientras la mente se cultiva, sino que una especie de “maestro ambulante” acuda al lugar donde se obra, ofreciendo conocimientos alternativos.)

Que la bondad esté relacionada con la prosperidad (la bonanza) no es una contradicción −como la ética revolucionaria casi siempre ha pretendido, confiada en el valor formativo de la miseria−; aunque tampoco sea un a priori. Sin embargo, la realización individual que ofrece la prosperidad (y no exactamente por el bienestar que implica, sino por el proceso en busca de ese bienestar) bien podría hacernos mejores, aunque esto parezca sacado de un manual de autoayuda.
Recordemos que la palabra “próspero” viene del latín prosperus−a−um, dotada del prefijo ‘pro’ (hacia adelante, en favor) y la raíz indoeuropea spe. La palabra latina spes (esperanza) contiene la misma raíz. Etimológicamente “próspero” significa entonces, que lleva adelante lo esperado, o según lo esperado. La prosperidad supone el curso favorable de una acción o desempeño; el éxito de una empresa y no, necesariamente, un enriquecimiento que avergüence, o desmerite al poseedor. Rico o riqueza, en cambio, vienen del alemán arcaico riks −dando origen a la palabra reich− y tiene la raíz indoeuropea reg (rey, regente); lo que indica que, en este caso, el vínculo entre Poder y peculio aparece marcado en sus orígenes. Los aldeanos nunca podrían ser ricos −tampoco los campesinos a los que se refiere Martí en el artículo citado− pero sí prósperos.


CULTURA Y PENURIA

Lo que mis actuales colegas españoles desconocen es que la letra sí nos entró con sangre, o mejor, con hambre, como cuando debíamos leer los tantísimos libros que nos ayudarían a forjarnos como filólogos, tumbados en las literas de la residencia estudiantil F y 3ra y con apenas unas tostadas y un té en la barriga.
Haber estudiado en Cuba fue realmente un privilegio. Haber sido discípula de brillantes profesores que a lo largo de mi vida intentaron suplir las carencias del cuerpo con los espejismos de la cultura, es algo inolvidable. Ellos también enflaquecieron paulatinamente; algunos parecía que expirarían tras la lección, y seguían aferrados a su trabajo, apenas remunerado. Recuerdo con nuestra alegría de que algún “viajecito” le hubiese tocado casualmente a alguno de aquellos profesores que nunca viajaba, para que pudiese “reponerse”. A su regreso nos comentó con orgullo que había ahorrado mucho dinero y que, por tanto, había podido comprar algunos libros que hacían falta para la Facultad. Y en efecto, apenas había engordado unas libras, apenas había cambiado su ropa de siempre, de tienda reciclada, como la nuestra.

Hoy, muchos a los que le debo, no mi placer por las letras, sino mi gusto quijotesco por enseñar, (labor reñida, como se sabe, con la riqueza, aunque no necesariamente con la prosperidad) no están en la facultad. Y lo lamento visceralmente por los alumnos que no tendrán la oportunidad de conocer el enjuto cuerpo y la febril agitación de Salvador Redonet; la consagración casi mística de Ofelia García Cortiña; la sencillez campechana de Amaury Carbón, con su guayabera blanca, casi transparente; la fortaleza de Nara Araújo, llena de proyectos a un paso de la despedida, y a otros tantos que han fallecido en los últimos años, en plena faena. O la despistada genialidad de Beatriz Maggi, la estoica resistencia de Teresa Delgado, la humildad de Lupe Ordaz, y a otros tantos que se han retirado o alejado de la institución. A sus clases había que ir, aún cuando la barrita de maní comprada al “merolico” más cercano, fuera el único sostén de la mañana.

En la actualidad, no sé si con el plan de maestros emergentes, algún niño pueda agradecer, dentro de veinte años, la educación recibida en las etapas iniciales, las más importantes. No sé si el solo hecho de haber estudiado en Cuba seguirá siendo un motivo de alabanza. Incluso desconozco qué motivaciones impulsan hoy a los jóvenes a estudiar: supongo que ya no sean las mismas que las nuestras, o a lo mejor, sí. Confiar en que la profesión podrá ser ejercida en la sociedad que te formó y que, una vez que ha garantizado tu competencia, te abra las puertas para alcanzar la retribución necesaria, merecida. La prosperidad que, según Martí, nos haría ser buenos y dichosos. Aquella que no se conforma con un viaje normado en el que haya que decidir si alimentar el cuerpo o el espíritu.